Pregón Semana Santa 2021
Por Mario Ramírez Torrero
Por Mario Ramírez Torrero
Mario Ramírez Torrero, pregonero de la Semana Santa de Tarancón 2021.
Representantes de la Junta Mayor de Hermandades y Cofradías de la Semana Santa de Tarancón, párrocos de Nuestra Señora de la Asunción y de San Víctor y Santa Corona, autoridades de la corporación municipal, autoridades civiles y militares, hermanos de las distintas cofradías y hermandades de nuestra Semana Santa, queridos paisanos y amigos de Tarancón.
En primer lugar, agradecer su presencia en este lugar, con este acto, que de manera oficial inaugura todos los acontecimientos que tendrán lugar en la Semana Santa de nuestro pueblo en este año tan complicado, pero no por ello, menos intenso.
Como taranconero, sacerdote hijo del pueblo tengo la dicha de realizar este pregón, agradeciendo a la junta Mayor de Hermandades este encargo, como en años anteriores realizaron los párrocos que han pasado por el lugar, como así sacerdotes naturales de nuestro pueblo. Por todo ello, me he sentido con el deber de intentar, al menos, estar a la altura, para no defraudar, y poner nuestra Semana Santa en el lugar que merece, porque es un momento muy importante en la identidad y la cultura de nuestro pueblo.
Tarancón no se entiende sin sus capuchinos y sus hermandades. Y sus capuchinos y hermandades no se entienden sin su Tarancón, sin su Arco de la Malena, sin el paraje del caño y todas las calles que lo componen.
Dos años sin salir a las calles, no impiden que miremos al cielo,
No a pedirte que no llueva, a contemplar agua, sol o viento.
Miramos para pedir clemencia, de este mal sueño que no acaba.
No se escuchan las horquillas, ni los tambores nazarenos,
Escuchamos el sollozo, de aquel que no encuentra consuelo.
No preguntan ya los niños, quién es ese que ajustician,
Quizá contemplan cada día, en sus hogares esta injusticia.
Queremos volver a vivir unidos, sin distancias ni miedos,
Que los taranconeros vuelvan para rezarte en su pueblo.
Oh Redentor del hombre, nuestro auxilio y consuelo,
Que por tu Pasión y tu Muerte, nos libres de este mal sueño.
Mis primeros recuerdos de la Semana Santa taranconera me vienen del año 2000. Teniendo apenas 6 años me causaba curiosidad el hecho de ver imágenes de Jesucristo y de la Virgen por las calles. Viendo las procesiones con mis padres, surgían preguntas de qué significaba todo eso. Y las respuestas que obtenía de mi madre me agradaban, porque era caer en la cuenta de quién era Jesús, la Virgen, y de una manera inteligible para un niño, comprender qué le hacían en la cruz, y cómo acababa posteriormente la historia. Con esa edad quizá no entendiera qué significaba el dolor, el sufrimiento y la muerte para el hombre. A través de ello, quizá en la psicología de un niño pude acercarme a esta realidad tan humana.
Fruto de esa catequesis en la calle, que tiene lugar una vez al año, surgió en mí el deseo de participar en ella, y como niño, empecé a jugar a las procesiones en el patio y las cámaras de la casa de mis abuelos. Los juegos eran hacer cruces de madera e imitar eso mismo que procesiona por las calles, unas veces haciendo de crucificado y otras de soldado romano. Recuerdo con cariño que mi abuelo con latas de metal, un alambre y unas astillas, fabricara un tambor para esos juegos de niños. Poco a poco todo esto se manifestó en la insistencia a mi madre de que me apuntara a alguna hermandad. Como estaba de vecina “Fita” la peluquera, y su hija, Mari Nieves, hermana de la Magdalena, todo se consumió apuntándome a dicha hermandad.
Me apunté a la Magdalena, también en su banda de cornetas y tambores, quizá tuviera 7 u 8 años cuando esto ocurrió. Allá por el mes de enero más o menos, junto con mi hermano, recuerdo ir a ensayar a la casa de Rosario, la de “lillo”, donde se reunía la banda. Quise tocar la corneta, mi hermano el tambor, y empezar de cero, supuso para ese niño mucho aprendizaje, ensayo, y molestias a los vecinos, que no se quejaban pese a estar escuchando durante muchas horas esos ruidos poco angelicales. Esa semana santa, quizá en el año 2002, pude procesionar por primera vez junto a la Magdalena y la coronación de espinas. Recuerdo a mi madre haciendo túnicas, capuces, capas, con mucha ilusión para ella y para nosotros. Del mismo modo, cuando se acercaba la Semana Santa, advertencias, de si no íbamos aguantar la procesión por su duración, que, si no tocábamos bien, nos pondrían un algodón en la boquilla, y todos esos pequeños detalles, que para un niño con ilusión son un mundo.
La Semana Santa llegó, y recuerdo ese miércoles santo con mucho cariño. Vestirse con el hábito por primera vez, esa sensación de incomodidad del capuz de cartón, y prepararse para bajar a la Iglesia y esperar a que Santa María Magdalena salga a la calle sin que las inclemencias meteorológicas lo impidan. Comenzar con el himno a la salida, empezar los redobles de tambores, y continuar con las marchas que al compás de los banceros interpretaba la banda con el sonido de sus cornetas.
Son momentos mágicos para un niño que comienza, que se siente reconfortado en sus ilusiones. Sentir el apoyo de los hermanos que se preocupan de los más pequeños llevándoles agua, caramelos o preguntarles cómo están. Llega Jueves Santo, y salimos con la coronación de espinas, otro recorrido, un poco más largo, pero con la sensación de que, si aguantas un día, puedes aguantar otro. En los descansos, recuerdo intentar poner el hombro a ver si llegaba al paso y ver cuánto podía pesar y echar cálculos de cuánto tiempo me quedaría para poder llevar los pasos, eso eran ya palabras mayores, cosas de mayores.
Llega el viernes santo y se procesiona otra vez con la Magdalena, el cansancio se nota en un niño. Pero cuando las cosas se hacen con ilusión y ganas, no hay nada que lo pare. Esperamos al Domingo de Resurrección, pero el Sábado Santo, como ya tengo hábito, pues aprovechamos para participar en la representación de la Pasión. Pasear por las calles, retrotraernos 2000 años atrás, hace que nos metamos en lo que significa la Semana Santa para un cristiano, y todo eso cala en la mente de un niño. El domingo toca madrugar y cambiar los capuces por un poco de aire fresco, toca cambiar el toque de los tambores por un ritmo más alegre, y cambiamos el repertorio de las marchas por temas que acompañan a la alegría de la Resurrección.
Tras esos momentos, nos juntamos a tomar chocolate con churros y despedirnos hasta el próximo año, a la espera de vivir todas esas emociones, esfuerzos y amistades.
Pasa un año, y ya no te sientes tan novato en lo que haces, comienzan ensayos y no se te olvida lo que habías aprendido el año de antes, incluso vas mejorando poco a poco, como todo en la vida, incluso en la vida cristiana, siempre crecemos. Recuerdo cómo ese año, de la simple corneta, ya llevaba una con pistones, palabras mayores para un niño, que con mayor ilusión aún pone más empeño en aprender y mejorar para estar a la altura.
Todo continuó de manera muy feliz, y entre tanto empezar a estudiar solfeo y percusión en la Escuela Municipal de Música, cuyo fruto fue mi incorporación a la Agrupación Musical Nuestra Señora de Riánsares allá por el año 2005. Por ello, tuve que abandonar la banda de cornetas y tambores de la Magdalena, no sin sensación de dejar algo atrás que me había hecho feliz y me había marcado en esa etapa temprana de mi vida.
Pertenecer a la Banda de música me permitió conocer al mismo tiempo la Semana Santa de Cuenca tocando en sus procesiones, y llegar corriendo para empalmar con la taranconera. La solemnidad de las marchas procesionales, tenía detrás muchas horas de ensayo, muchos buenos momentos, y al mismo tiempo, el tener que renunciar a participar como capuchino en las procesiones.
En el año 2007, Dios se sirve del ejemplo de Miguel Ángel Caballero, para llamar la atención en un niño, de dónde encontrar la felicidad en la vida. Y decido irme al Seminario. Eso supuso la decisión más feliz de mi vida, pero en lo que nos atañe, algún que otro quebradero de cabeza también. Esos primeros años pude estar en la Semana Santa taranconera, y lo más importante, sacar a la Soledad. Porque fruto de esos años en la banda de música, ir detrás de la Virgen, me gustaba cada día más. Por ello emprendí ese camino de bancero, que en cuanto pueda, retomaré. Descubrí en los años de Seminario, lo más importante de nuestra Semana Santa, el Triduo Pascual, el significado más profundo y la manifestación más excelsa del amor de Dios al hombre. Da su vida por cada uno de nosotros. Ayudando al párroco, Alberto Paños, fui formándome y viviendo al mismo tiempo nuestras tradiciones, con mayor claridad.
Pasa el tiempo, y el seminario, conlleva renuncias, y una de ellas, es la de no poder estar en Semana Santa en mi pueblo, disfrutando de lo que uno siempre ha vivido. El por qué, pues muy sencillo, hay que echar una mano, la escasez de clero hace que los sacerdotes pidan ayuda, y en esos años me voy paseando junto a otros sacerdotes por distintos pueblos de la diócesis de Cuenca. Por eso desde aquí, os animo a que recéis por las vocaciones, son responsabilidad de todos, es una opción de vida más, que tenemos que proponer en nuestras familias, en nuestros hijos y nietos.
Estando ya en el Seminario Castrense, pude vivir la Semana Santa madrileña y procesionar junto al Santísimo Cristo de los Alabarderos, empaparme de un triduo Pascual junto a mi difunto Obispo Juan del Río Martín, y vivir la alegría de la resurrección participando del Bautismo de algún militar que se incorporaba a la Iglesia. Todo ello me fue preparando para lo que en estos últimos años he podido vivir en San Fernando (Cádiz) en la parroquia Castrense de san Francisco. La Semana Santa andaluza, tan distinta culturalmente a la nuestra, me ha servido para descubrir que las hermandades son algo que hay que cuidar en la Iglesia. Que no podemos caer en los tópicos fáciles, que son miembros de la Iglesia que tienen una forma peculiar de vivir la fe común y por ello hemos de sentirnos unidos a ellos. Hermandades que como su nombre indica forman una familia, cuya función, en un mundo tan secularizado como el nuestro, es llevar la fe a la calle todo el año con distintas actividades, y que poco a poco, van incorporando nuevas generaciones, en cuyo seno se transmite la fe.
Todo esto es lo vivido hasta el año pasado, que estando de maniobras en la Sierra del Retín con la Infantería de Marina, me fue comunicada la noticia de pregonar la Semana Santa. Miedo, ilusión, sentimientos contrapuestos pasaban por mi cabeza, y nunca hubiera podido imaginar que, a causa de la pandemia, este acto se retrasara un año. La Semana Santa pasada fue distinta en todos los sentidos. Quién nos diría hace solo un año, que podríamos vivir toda esta pesadilla en tan poco tiempo, que tantas personas queridas, nos dejarían sin poder despedirnos, que tanta gente pasaría por situaciones de precariedad, que empezaríamos a valorar lo que significa un abrazo, un beso, o el hecho de poder movernos libremente como lo habíamos hecho hasta ahora. La Semana Santa pasada, no tuvimos procesiones, incluso no pudimos celebrar el Triduo Pascual con público, no pudimos vivir externamente en comunidad lo que hasta ahora habíamos vivido. No por ello fue menos Semana Santa, para el cristiano, la Semana Santa ha de ser padecer con Cristo, identificarse con Él en cada uno de los misterios que celebramos, y si podemos sacar una cosa buena de esta situación, es que hemos descubierto que todos tenemos acceso a la Palabra de Dios, que ha de ser en la vida del cristiano una piedra angular, hemos sentido hambre de alimentarnos de la Eucaristía, de reunirnos a celebrar la Resurrección, de estrechar con el signo de la paz la mano de un hermano. Todo esto es positivo, y no podemos olvidarlo.
Poco a poco vamos saliendo de esta situación, y estamos a punto de inaugurar la Semana Santa Taranconera en este año 2021, que será distinta, pero mucha gente ha contribuido con su esfuerzo, con su imaginación, con sus ganas, a no renunciar a vivir la fe en estos momentos. Desde aquí gracias a todos los que no cesáis en vuestro empeño de hacer de la Semana Santa un lugar de encuentro con Dios.
No podemos pasar por alto, que la Semana Santa atrae a los jóvenes, fruto de ello es la nueva fundación de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús del Perdón y María Santísima de la Salud donde un grupo de Jóvenes taranconeros, a la luz de la situación que nos ha tocado vivir, cuando parece que todo va en contra se abre paso en medio de dificultades para soplar aire, ilusión y compromiso. Algo nos está pasando en la Iglesia con la juventud. Cada vez, mayor número de jóvenes son indiferentes al hecho religioso, incluso les resulta molesto o se oponen frontalmente. Personalmente me resulta doloroso, ver cuánta gente se pierde la alegría de la fe por el mero hecho de asentir en su pensamiento con prejuicios o datos falsos. La Iglesia está llamada a ser luz en la vida de los hombres, e Iglesia somos todos los bautizados.
Las hermandades quizá sean ese nexo de unión entre la piedad popular y la fe sincera, que sirva de anclaje para la fe de muchos jóvenes. Si nos fijamos, es en Semana Santa cuando mucha gente joven, que quizá no pise la Iglesia durante todo el año, deja atrás prejuicios y es capaz de acercarse para sacar a su Cristo o a su Virgen. Debemos reflexionar. ¿Cómo es nuestro modelo de presentación del cristianismo? ¿Predicamos que Dios nos ama, que su hijo ha muerto por nosotros, que no tiene en cuenta nuestras faltas y siempre nos persona? O por el contrario, ¿lo primero que mostramos es el camino moral, que sin entenderlo en su sentido y profundidad repele, produce cargas, e imposibilita el conocimiento pleno de Cristo? Debemos meditar sobre esta realidad. No es cuestión de cambiar el Evangelio, el mensaje de Cristo, sino la manera de presentarlo, de hacerlo atractivo, de que la juventud vea en la Iglesia su casa, se identifique con ella. Para ellos, los cristianos debemos ser acogedores, no rechazar a nadie por causa alguna, ser capaces de curar las heridas de la vida, de comprender. Para ello necesitamos más que nunca escuchar, dialogar y ser capaces de convivir con el que piensa distinto. No olvidemos que Cristo, en su ministerio supo estar con gente de todo tipo y su presencia cautivó la vida de tantos contemporáneos y fue capaz de convertir los corazones de tanta gente.
Las hermandades tienen mucho que decir a esta realidad, decían por Andalucía, “el manto de la Virgen todo lo tapa”, y es cierto, cuánta gente tan variopinta es capaz de sentirse querida, acogida e integrada en las hermandades. Cuánta gente a la luz de las hermandades es capaz de vivir su fe, muchas veces a su manera, pero llamados a participar plenamente de la vida de la Iglesia. No podemos dejar de lado la tarea evangelizadora en la vida de las hermandades. Debemos formarnos, manifestar la fe, crear un clima propicio para la oración, para poder crecer en la fe. No podemos reducir las hermandades a un club de amigos, que se reúnen una semana al año. Despertemos, tenemos un medio propicio para contribuir a la evangelización que nos pide el Papa Francisco.
Nuestro pueblo, es religioso en sus raíces, no se entiende Tarancón sin su patrona, no se entiende Tarancón sin sus hermandades centenarias, no se entiende la cultura taranconera sin esta dimensión de lo sagrado. No podemos construir una identidad para nuestro pueblo ajena a la religiosidad. De lo contrario, perderemos nuestras raíces, y seremos un pueblo sin alma, sin tradiciones, sin cultura. Cuidemos nuestra Semana Santa.
Porque decir Semana Santa de Tarancón es decir Viernes de Dolores, decir Soledad que preludia los padecimientos de su hijo.
Decir domingo de Ramos es decir patio de las Mercedarias, es decir, Borriquita de los nazarenos, es decir palmas y olivos que anuncian al salvador, es decir Hosanna al Hijo de David, donde todas las hermandades se reúnen para comenzar la Semana Grande. Decir Domingo de Ramos es proclamar la pasión en la Eucaristía, es acompañar a Cristo a Jerusalén.
Decir lunes santo es decir jóvenes, es acompañar al Cristo de la Exaltación, es arrimar el hombro a la cruz de Cristo. Es poner las ilusiones, las peticiones, el arrepentimiento de tantos jóvenes en sus yagas dolorosas. Es iluminar la noche de nuestro pueblo con antorchas, es romper el silencio de la noche, con los cantos y guitarras, por el Caño, por san Roque.
Decir martes santo, es decir franciscanos, es acompañar a Cristo desde su condena al Calvario. Decir martes santo es reconocernos necesitados, de conversión, de mejora, en nuestras vidas de cristianos.
Decir miércoles santo, es decir, silencio, comenzar con Jesús orando, continuar con la traición de un hermano, verse vejado con una caña como cetro y con espinas coronado. Medinaceli se nos muestra, como el hombre atado con la esclavitud del pecado. Para acabar con ella, la Madre del dulce Nombre que a todos se nos ha dado.
Decir miércoles santo, es ponerse, guantes, capuz y hábito, para salir con Cristo, en penitencia por nuestros pecados.
Decir jueves santo es lavar nuestros pies y manos, siendo gesto de cariño, de servicio al hermano. Decir Jueves santo es decir Eucaristía, que por soldados se custodia, en vela en el monumento, durante tarde noche y día.
Decir Jueves santo es bajar por el caño, con azotes y con burlas, para cargarle en sus hombres la cruz que nos justifica. Decir jueves santo es exaltación que nos libra, de estar ciegos en este mundo por el mal que nos limita. Decir jueves santo, es decir agonía, de un Cristo que muere solo en la cruz casi sin compañía. Decir Jueves Santo, es hablar de esa otra María, que supo encontrar en Cristo a aquel que no la juzgaba y la comprendía. Decir Jueves santo, es ver al discípulo amado, que siendo el más joven de todos, no lo suelta de la mano. Decir Jueves santo es palio, claveles blancos y candelería, de esa Madre que llora, con misereres, su pena noche y día.
Viernes santo en la mañana, siete palabras de agonía, que Cristo pronuncia en la cruz, buscando en la muerte, sentido a nuestra vida.
Decir viernes santo en la tarde, es celebrar oficios y entierro. Comienza con el Cristo de burgos, con mirada de muerte cautiva. Desciende del madero de vida, y su madre en sus brazos lo mima, despojos del hombre bueno, en la cruz desnuda brillan, la Magdalena no entiende nada, de aquel que ha amado en vida, una Esperanza se abre, con Juan que como a hijo auxilia. Decir viernes santo, es decir sepulcro, es contemplar la muerte, custodiada por los soldados, de aquel que, sin culpa ninguna, ha muerto por nuestros pecados. Decir Viernes santo, es dolor y luto, de esa madre desconsolada, que espera de Dios a su Hijo. Decir viernes santo es silencio, del mundo que queda callado, esperando la victoria de Cristo, que vendrá cuando acabe el ocaso.
Sábado santo es el día, en que todo parece acabado, donde los cristianos esperan la tarde, que cambie la historia del mundo. Sábado Santo es pasión, de un pueblo teatralizado, que implica a actores y niños, mostrando al Dios encarnado.
El ocaso nos anuncia, que no todo está acabado, la victoria es de Cristo y la Vida, que con la Vigilia Celebramos. Decir Domingo de Pascua, es ruido, algarabía y petardos; tambores y cornetas nos alegran junto al Señor Resucitado. La Madre espera el encuentro, cambia su luto y llanto, por júbilo, testimonio y alegría que la Magdalena comunica al discípulo amado. Es Pascua, nueva vida, la muerte no ha triunfado, bajamos a la Iglesia alegres, y celebramos que el Señor ha resucitado.
Decir Semana Santa es proclamar su victoria, que nada nos justifica, sino su amor y su gloria.
Queridos taranconeros, no dejemos que el desánimo, las dificultades, las restricciones nos impidan celebrar con pleno sentido esta Semana Santa. No tendremos procesiones, ni hábitos, ni tambores, tenemos el profundo sentido de esta Semana. Participemos de la Liturgia, de las celebraciones, en ellas encontraremos, junto con los hermanos, el Misterio hecho Palabra.
Un cristiano que no se alimenta de la Eucaristía es como una planta que se seca, lo que no se cuida se acaba deteriorando, lo que no se alimenta acaba muriendo y el fuego que no se aviva se acaba apagando.
La fe y la devoción, son más fáciles de perder o descuidar que conseguir mantenerlas vivas. Y al mismo tiempo, como cristianos, enviados a proclamar el Evangelio en el mundo, estamos llamados a transmitir esto mismo a las nuevas generaciones.
No dejemos que un virus nos haga vivir la Semana Santa como otra semana más del año, o simplemente como unos días de descanso, o como que no ocurre nada, ni cambia nuestras vidas.
No dejemos de celebrar, de rezar, de compartir y poder ejercer la caridad que Dios nos pide con nuestros hermanos necesitados. Porque esas serán las velas que mantendrán bien encendida en nosotros la llama de la fe y la devoción.
La Historia avanza, y junto a ella la sociedad. No podemos vivir anclados meramente en el pasado, en las tradiciones sin comprensión, en el esto se ha hecho así toda la vida sin entender su sentido propio. La vivencia de la Semana Santa cambia, y somos herederos de tradiciones, que hemos de comprender para poder vivirlas en el hoy de nuestra historia.
Las hermandades son depositarias de la historia centenaria de nuestro pueblo, con sus tradiciones y patrimonio forjan nuestra identidad como comunidad. Ello nos debe llevar a estar agradecidos con nuestro pasado, en la manera en que se han creado, desarrollado y vivido ciertas tradiciones. Hoy en 2021, tenemos nuevas perspectivas en la vida, avances y logros, pero no por ello, hemos de renunciar a la Historia y a la tradición. Debemos saber conjugar ambas. Conservar, y mejorar lo que nos han transmitido, haciéndolo atrayente para el taranconero del siglo XXI con las nuevas perspectivas que se nos abren.
Por parte de la Junta Mayor de Hermandades y Cofradías se intenta recuperar tradiciones perdidas, las hermandades hacen esfuerzos en incorporar nueva y mejorada imaginería que da un valor artístico enorme a las procesiones, se cuidan los pequeños detalles, que antes parecían no tener importancia, pero que ahora hacen de lo pequeño algo admirable.
Corremos el riesgo de parecernos a lo llamativo, a lo multitudinario, con el coste de perder lo propio, y ello conllevaría perder nuestra identidad característica. Lo fácil es parecernos a lo llamativo, a lo que está de moda, pero lo realmente difícil es conjugar tradición y mejora. Estoy seguro que nuestra Semana Santa tiene futuro, porque hay empeño y ganas. Nos jugamos mucho, y es central que sea hecho con mimo e ilusión.
La Semana Santa taranconera, declarada de interés turístico regional hace unos años, debe ser referente en la provincia, y para ello hemos de ser serios, con plena conciencia de lo que esta en nuestras manos. Hay mucha gente con iniciativas laudables, deben ser apoyados y potenciados. Debemos ir todos a una, sin menoscabo de nadie, muchas veces renunciando a las aspiraciones o gustos personales, que difieren de lo común y lo característico. La Semana Santa debe ser una imagen de unión de ir todos a una, donde tradiciones, procesiones y liturgia confluyan a una. No podemos decir Semana Santa y hacer referencia a las procesiones solamente. La liturgia es misterio, en ella se encuentra lo que ha acontecido en la historia, es celebración que se realiza en comunidad, y es vida, todo eso que se celebra ha de llevarse al día a día. Por eso no va reñida Liturgia y piedad popular, sino que se complementan.
Tenemos el ejemplo de nuestro mayores, que con esfuerzo, en el siglo pasado, supieron y quisieron recuperar todas estas tradiciones que hoy podemos disfrutar. Ellos fruto de su encuentro personal con Cristo, supieron hacer una catequesis en la calle, casi desde cero. Por eso hemos de mirar al pasado con admiración y contemplar, que Semana Santa es celebrar la pasión, muerte y resurrección del Señor. Todo suma, nada resta. Pero si nos quedamos con una parte, estaremos viviendo una Semana Santa a medias.
Este año falta una parte, no tendremos procesiones, tendremos oficios, y lo más importante, tiempo. Tiempo para meditar, para rezar y comprender la grandeza del amor que Dios nos tiene. No dejemos pasar esta oportunidad, caminemos con el Señor hacia Jerusalén, cenemos con Él en su cena, acompañémoslo en su oración angustiosa, en su condena a la cruz, en su camino al calvario, y muriendo a nuestra vida de pecado, podamos llegar a resucitar con Él en la Pascua.
Celebrar Semana Santa no es diversión y alegría,
es padecer con Cristo la redención de la vida.
Entramos con palmas verdes, sentado Él en la Borrica,
nosotros lo jaleamos proclamándolo rey este día.
Como cambian las tornas, cuando te ves solo orando
para después sentirte con un beso traicionado;
los hombres que te alababan, ahora con cañas te azotan,
para después presentarte como rey sin corona ni ropas.
La púrpura es vestido, de un Dios que ha proclamado,
el amor que nos tiene, y que su madre ha contemplado.
María tu nombre anuncia, presagio de muerte en vida,
contigo tantas madres sufren por sus hijos en nuestros días.
Ya Nazareno cargas sobres tus hombros nuestras culpas,
para verte exaltado en la cruz que nos da la vida por la tuya.
Pocas son tus palabras, antes de partir al Padre,
que la Magdalena acoge sin poder ayudarte.
A tu madre das por Hijo a Juan que te acompaña,
para después llorarte en Soledad de Madre despojada.
El viernes te contemplamos, muerto en tu cruz clavado
para después descenderte tus amigos en un paño.
Los brazos de tu madre acogen a un hijo asesinado,
la cruz desnuda se queda como lugar de calvario.
La Magdalena te llora, no entiende que ha pasado,
la Esperanza con Juan preludian tu futuro enterrado.
Yacente, sobrio en custodia, al sepulcro te llevamos,
tu Madre contempla sola, tu final enterrado.
El Domingo temprano anuncia, el sepulcro ha abandonado,
la Magdalena se encuentra con el Señor resucitado.
Lo que eran llanto y tristeza se convierte en Buena Noticia,
que Jesús no engañaba con sus palabras de vida.
Corriendo lo comunica, no se creen la alegría,
Juan como joven no entiende, que le ha pasado a María.
Jesús se hace presente, en la vida del creyente,
abre los ojos del ciego y cambia esquemas en las mentes.
Su madre de luto vestida, se encuentra con la alegría,
ya nada es como antes, y en Él contempla la vida.
Resurrección es encuentro, es participar en el gozo,
que el resucitado nos cambia, y nos transforma a su antojo.
Muchas Gracias.