Pregón Semana Santa 2022
Por Jorge Saiz Moratalla
Por Jorge Saiz Moratalla
Jorge Sáiz Moratalla, pregonero de la Semana Santa de Tarancón 2022
¡Semana Santa!
¡Semana de Pasión!
Y por ende la semana más importante del año; para el cristiano, para el cofrade, para el nazareno, para todos. Supone el culmen del año litúrgico porque sin Resurrección no hay vida. Como bien dice San Pablo, si Cristo no ha resucitado, nuestra vida no tiene sentido.
¡Semana Santa!
¡Semana de Pasión!
¡Y Semana Santa en Tarancón!
Tarancón, tu nombre resuena en los ecos de la Historia.
Tarancón, la ciudad que es hogar, acogedora, exportadora de cultura y de fe y que hoy es vanguardia sin dejar de mirar a lo que la ha hecho grande.
Tarancón, Noble Ciudad, aunque para los que por diversas razones hemos tenido que emigrar fuera en algunas ocasiones, siempre serás nuestro pueblo, al que siempre se quiere volver porque las raíces nunca deben olvidarse.
Tarancón, amada casa, sentimientos y emociones que hacen que estando fuera, llevemos siempre tu nombre por bandera.
Tarancón lo dice todo y en sus calles y plazas se nos narran historias recogidas con el paso de los siglos en la pátina de los edificios que cubren nuestra ciudad. Desde el Caño al Castillejo, de Santa Quiteria a San Juan, del Ayuntamiento al Convento, de San Isidro a San Víctor y Santa Corona.
Tarancón, que imperfecta eres, pero aun así eres mi origen, eres mi remanso de paz y aunque a lo largo de los años se hayan cercenado y abandonado partes de tu patrimonio, sigues resplandeciendo imponente cual sol de primavera.
Insignias tuyas son tu Arco de la Malena, puerta de entrada de tu pasado medieval que se torna preponderante cada vez que llega esta mágica época del año. Es esta puerta Tarancón la que anuncia que algo grande pasa cada vez que el ritual se repite por primavera. Es olor a incienso, es sonido de cornetas y tambores, de chasquido de horquillas y de repiqueteo de varales, todo ello inmenso y a la vez contenido por saber que un año más el milagro vuelve a repetirse.
Es al fin y al cabo el reloj que marca el pulso de toda la población en sus manifestaciones de fe. Este arco es junto con nuestra giralda manchega, santo y seña de nuestra ciudad y que en Semana Santa se convierte año tras año en pórtico que recibe expectante a aquel que trae la Verdad, que anuncia a viva voz el Reino de Dios. Aquel que no distingue de clases ni de condiciones. Es Cristo, el Señor, que entra triunfante el Domingo de Ramos y regresa glorioso el Domingo de Pascua. Es nuestra esencia, nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro.
Es la Semana Santa de Tarancón.
Tarancón, mágica primavera, sentimientos y emociones, con un mensaje y un significado diferentes para cada uno de nosotros, pero con un solo latir que trasciende el tiempo y el espacio, en el que abres el baúl de la memoria y tu mente se llena de recuerdos y anécdotas. Personas queridas que ya no están, tu propio crecimiento a lo largo de los años, vivencias grabadas a fuego en la retina que parece que siempre se viven igual pero cada año son completamente diferentes.
Tarancón y Semana Santa, Tarancón y su semana de Pasión. Tarancón y su semana más grande del año.
Qué vértigo me produce combinar ambas palabras en una misma frase, porque para quien esto lo entiende como lo más grande, sobra el verbo y se deja paso a los sentimientos, porque es expresar más que decir todo lo que soy como cristiano, como cofrade y como joven, porque al final nuestra semana santa es fruto de la herencia de la fe recibida y de las pequeñas historias de cada uno que en sus hermandades y cofradías relatan en una perfecta catequesis plástica, la historia de amor más grande jamás contada.
Por eso, amigos, cofrades, Tarancón y Semana Santa. Hoy comienza nuestra historia, nuestro legado. Hoy comienza, la Semana Santa de Tarancón.
Y como todo tiene un inicio hay que empezar con ellos, porque son el futuro de nuestras hermandades. ¡Capataz! que se abran las puertas de la primavera, porque ha llegado un nuevo Domingo de Ramos y la infancia nos trae de vuelta a esa etapa mágica llena de inocencia, emoción y curiosidad. Venga vamos que se acerca aquel que es la Verdad y el Camino; míralo, con ese rostro lleno de bondad y vida; mírala también a ella, a su madre que viene detrás, aquella que nunca se cansa de esperar, ¡que guapa viene!
Suena una melodía y comienza el sueño.
(Procesión infantil con los tronos de Nuestro Padre Jesús de la Caridad y María Santísima de la Esperanza)
Con esta procesión protagonizada por estos pequeños cofrades de las hermandades de Tarancón y tras los pasos de Nuestro Padre Jesús de la Caridad y María Santísima de la Esperanza, iniciamos este camino que nos llevará a la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, comenzando de esta manera la parte central de este pregón y mostrando que la fe y la devoción por la Semana Santa hay que vivirla desde pequeño.
Dignísimas autoridades eclesiásticas y civiles:
Excelentísimo Señor Don Miguel Alberto López Sánchez, párroco de este templo de Nuestra Señora de la Asunción, casa y madre de la devoción taranconera.
Excelentísimo Señor Don Miguel Ángel Caballero Pérez, párroco de San Víctor y Santa Corona y Vicario Episcopal de la Diócesis de Cuenca.
Excelentísimo Señor Don Víctor Domínguez Domínguez, Presidente de la Junta Mayor de Hermandades y Cofradías de Tarancón.
Excelentísimos miembros de la Junta Directiva.
Excelentísimo Señor Don José Manuel López Carrizo, Alcalde-Presidente del Ayuntamiento de Tarancón.
Excelentísimos Concejales del Equipo de Gobierno y de la oposición.
Nazarenos, cofrades, familiares y amigos todos.
Todavía no sé cuáles han podido ser mis méritos para optar a tan gran distinción, pero tengan por seguro los que así me han conferido esta responsabilidad, que desde el primer día que se me comunicó la noticia, no he dejado de pensar y soñar con este pregón, cómo hacerlo y sobre todo qué decir.
Sí, podrá soñar extraño que alguien que se dedica a enseñar y mostrar el Arte y la Historia diga esto, pero cuando hay tanta emoción y tantas vivencias e imágenes acumuladas a lo largo de estos años en Semana Santa, a uno le pude el mutismo y el no saber que decir. Por ello, después de meditarlo mucho, me decidí a contar una historia.
Sí, una historia, tu historia o la mía, o la de tantas y tantas personas que cuando llega el miércoles de Ceniza, se les acelera el corazón porque saben que algo grande se acerca.
La historia de un niño que no sabía nada de este mundo de nazarenos y capirotes, de tambores y cornetas, de rasos y terciopelos, maderas o plata y que al final supone parte de su ser y su sentir.
Esta historia comienza en casa, en el hogar, con apenas unos pocos años de vida, con unas carcasas de cintas VHS, una caja de fresas, un trozo de cartón y un busto de una Inmaculada propiedad de su tía Mimi, Mercedes, la enfermera, aquella que junto con sus padres y abuelos le enseñó a rezar y a iniciarse en el camino de la fe. Pues sí, aquella “cosa” podría decirse que fue el primer paso de palio que ese niño hacía, aunque en ese momento aun no sabía ni que tenía ese nombre, ni que se llamaba paso, simplemente aquel niño quería reproducir en su casa, eso que en la calle le había llamado tanto la atención.
Ese primer palio se convirtió al principio en un juego de niños, en una película perfecta que tenía como escenarios de representación el pasillo, el salón o las habitaciones de la casa.
Pero ese niño quería más, quería que sus pasos se parecieran más a los que veía en la calle y con decisión empezó a convertir aquellas figuras semiarticuladas, en los personajes de las procesiones que él veía en la calle. Sí, aquella fue la andadura con los Playmobil, los cuales sobre esas cajas de fresas seguían protagonizando las procesiones claustrales del hogar de aquel niño. Estos pasos irían con el tiempo, aumentando en tamaño y detallismo, junto con el propio crecimiento de este pequeño.
Intentado recordar todo al detalle, en su memoria estaba la imagen de esa mujer que en ocasiones le daba miedo porque la veía muy triste, sí, esa mujer que vestía de blanco y de negro, que llevaba sobre su cabeza una diadema que brillaba y un corazón que también refulgía.
Recuerdos de Viernes de Dolores, de vacaciones del colegio, sabores de potaje de cuaresma y olor a torrijas. De estar en el Arco de la Malena y decir:
Después de esto, este niño solo tenía en mente reproducir aquella escena y a aquella virgen que tanto le había llamado la atención y que sería el inicio de tantos recuerdos y momentos guardados en su memoria.
Pero este niño necesitaba seguir aprendiendo y dar respuesta a todo lo que tenía en su interior, ya que lo vivía como un volcán a punto de estallar. Quería conocerlo todo al detalle, porque su curiosidad no tenía límites. Quería saber quiénes eran aquellas figuras que iban sobre unas cajas cuadradas llevadas por otras personas vestidas de diferente color; rojo, verde, negro, morado, amarillo, blanco, granate o celeste y con la cara tapada.
No sabía nada, solo veía que de vez en cuando alguno de esos personajes lo saludaba e incluso le daba algún caramelo, pero seguía sin comprender quienes eran aquellas personas que desfilaban una detrás de otras, envueltas en un absoluto silencio solo roto por el rachear de sus zapatos y el chasquido de sus tulipas y cetros contra el suelo.
Esas personas son los capuchinos, le dijo su madre.
¿Y qué son los capuchinos?
Son las personas que pertenecen a las hermandades y son quienes salen en estas filas y las que llevan a Jesús y a su Madre sobre sus hombros.
Recuerdos de Domingo de Ramos, del primer día de primavera, de ropa de estreno, levantarse pronto e ir con prisas por llegar al patio de las Mercedarias. Oír unos toques de campana y saber que algo grande empezaba. Descubrir que tras ese desfile de palmas y explosión de colores en las túnicas iluminadas por el sol que anunciaban que el Mesías entraba en Tarancón, aparecía de repente aquella palma ondeando por encima de los muros del colegio.
Sonó el himno y comenzó el sueño. ¡Hosanna al Hijo de David! Cristo a lomos de un borrico hacía su Entrada Triunfal en el corazón de todos los presentes. Ese instante produjo en ese niño una sensación difícil de explicar. Quién sabe si fueron esos sonidos de cornetas y tambores, el olor a palmas, olivos y plantas silvestres o ese espectáculo de color con las túnicas de los nazarenos, pero ese niño vivió algo muy grande en su interior y disfrutó viendo desde la acera de la calle ese mágico ritual que todavía no terminaba de comprender.
Recuerdos también de Miércoles Santo, de golpe de horquillas y crujir de los banzos, de estar en calle Chueca y verlo acercarse:
¿Quién es ese que lleva un resplandor en la espalda?
Ese es Jesús de Medinaceli.
¿Y por qué lleva las manos atadas?
Las lleva así porque es un cautivo, una persona a la que privan de su libertad y en este caso lo condenan por algo.
¿Y no lo podemos desatar?
Ojalá, hijo mío, pero muchas veces las ataduras que tenemos no siempre son con cuerdas o cíngulos.
¿Y quién es esa mujer que va de negro y granate, esa de dedos finísimos y rostro de ojos enormes?
Es la Virgen del Dulce Nombre. Dulce nombre, como un bálsamo que calma entre tanto dolor y sufrimiento.
¿Y por qué esta señora también llora?
Porque esta imagen también representa a la mamá de Jesús y clama al cielo intentando buscar una respuesta que ya sabe pero que le cuesta aceptar. Es el dolor de la madre, de tantas y tantas madres que sufren por sus hijos porque lo único que quieren es verlos bien. Son los gritos de llanto y desesperación por las injusticias que en estos tiempos impiden el desarrollo de ese mensaje de amor y respeto al prójimo.
Y de esta manera, con estas primeras imágenes, sonidos, sentimientos, emociones y pequeñas respuestas se iba fraguando la historia de este niño que no sabía nada de aquel mundo y que posteriormente se convirtió en todo para él.
Pero ese niño quería seguir conociendo más y más de cerca que era eso de la semana santa, de los capuchinos, de las horquillas y las tulipas, de las cornetas y los tambores, de los pasos, de los banzos, quería conocerlo absolutamente todo.
Y llegó, sí, llegó aquel primer jueves santo por la mañana en el que este pequeño bajó a la Asunción a ver cómo se montaban estos pasos. Quería ver como esas imágenes que él había visto desfilar por las calles de Tarancón y que recreaba en su casa, eran colocadas y adornadas con sumo cuidado y mimo sobre aquellas plataformas que se convertirían en sus pies. Esos primeros recuerdos de plata y candelabros, de terciopelo verde y rojo, de palmas y faroles dorados, de olor a tomillo y romero y sonido de campanillas.
Era un universo completamente nuevo para él, pero ahí estaba, con los ojos como platos contemplando aquella vorágine de colorido y fragancias. Y sí, también estaba ella, la señora de blanco y negro, regia y solemne dispuesta bajo su palio de terciopelo negro y adornada con ese monte de claveles blancos.
¿Puedo ayudar, preguntó inocente aquel niño?
Claro que sí, más manos siempre son bienvenidas para adornar a la Madre, le dijo una de las camareras de la virgen. Ven aquí que te vamos a enseñar a peinar los claveles para que estén bien abiertos y luzcan mejor.
Y en ese instante, mientras peinaba y colocaba aquellos claveles blancos se estableció un vínculo, un acuerdo, un pacto secreto entre ese niño y aquella madre que duraría años. Ese niño juró en su interior que siempre que pudiera, ayudaría a poner “guapa” a esa virgen tan triste para mitigar de alguna manera su dolor y quien sabe si en algún momento podría acompañarla también con su música.
Pero por otro lado tampoco podía dejar de mirarla a ella, sí, a la de rojo y verde, la de la plata, la que se alzaba majestuosa sobre aquel galeón de argénteo metal. La que iba acompañada de aquel joven moreno en una conversación silenciosa. Y un nombre vino a su cabeza, Esperanza, lo último que debe perderse en esta vida. A ese niño le impactó la escena y queriendo emular a aquellas personas que la llevaban sobre sus hombros se colocó inocentemente bajo uno de los rojizos banzos del aquel trono, dándose cuenta que le faltaba mucho para llegar al nivel.
Quizás cuando crezcas un poco más, le dijo una persona que pasaba por allí.
Y desde ese momento ese niño hizo otra promesa, aquella que se materializaría cuando alcanzara la altura suficiente. Ese día sería grande para él, pues se convertiría en los pies de aquella madre de Esperanza que caminaba junto al Discípulo Amado, rota de dolor y clamando al cielo porque su Hijo había muerto.
El año siguiente fue el último que ese niño contempló desde fuera las procesiones. Ya no correría entre la Plaza de la Constitución y las escaleras del Caño para ver todos los pasos, ni esperaría en los Somascos, Culebros o el escenario frente a su casa para ver ese discurrir de imaginería religiosa que constituía un tesoro en sí mismo. Tampoco observaría sin más el encuentro entre el Nazareno y su Madre en los Leones o vería las tres vueltas del Entierro en la Constitución. Él quería ser partícipe de alguna manera de ese mágico ritual, quería acompañar a ese Nazareno de porte solemne, a ese Juan que acompañaba a la madre dolorosa, ser el paño de la Verónica que enjugaba el rostro del Salvador o la columna que sostenía a aquel que estaban azotando.
Quería, de alguna manera y según su inocencia, cargar esa cruz y ser partícipe de pleno derecho de ese Camino de la Pasión.
Pero la decisión no era fácil; este niño sabía que quería ser de una hermandad y había dos claramente que le llamaban la atención, sin embargo, parecía que escoger una suponía renunciar a la otra y entonces recordó aquella promesa que le había hecho a esa virgen tan triste. Aún no sabe si fue por los colores, el terciopelo o la majestuosidad de aquel trono de plata o el dinamismo y elegancia del Discípulo de la Palma, pero la eligió a ella, a la Hermandad de San Juan Evangelista, prometiendo eso sí a aquella que lleva por nombre Soledad pero que siempre camina acompañada, que cada año bajaría a consolarla y cuidar de ella siempre que se lo permitieran, mientras peinaba esos claveles blancos que se convertirían en el mejor trono posible para esa madre, pues en cada uno iban los ruegos y desvelos de tantas personas.
Y llegó, si, llegó aquella semana santa del año 2005, la primera en la que este niño vestiría aquella túnica de terciopelo rojo y la capa y el capuz verdes. Tantas horas y nervios estaban a punto de terminar, sin embargo, la lluvia frustró en parte la primera salida como nazareno de este pequeño el miércoles santo. No importaba, pues las ganas y la emoción eran más fuertes que eso, por lo que el Jueves Santo sí que fue un día de celebración, no solo porque era el primer día que este niño vestiría los colores de la hermandad del Discípulo Amado, sino porque también saldría ella, la señora de blanco y negro, la del palio bordado, nuestra Señora de la Soledad, la imagen más antigua de nuestra semana santa, acompañando en la lejanía a este pequeño en su primera estación de penitencia. Ese año se quedó grabado a fuego en su memoria, pues por fin se hacía partícipe pleno de ese ritual que él solo había visto desde fuera o por la televisión y aunque todavía no sabía en realidad que significaba salir de capuchino, aquella semana santa supuso uno de los momentos más importantes de su vida.
Cuantas vivencias y emociones en este infante que poco a poco fueron aumentando, pues dos años después se metió de lleno en la banda de cornetas y tambores de su hermandad, una forma más de ser actor de esta catequesis plástica que es nuestra semana santa, en este caso, poniendo con su tambor, aquellos sonidos estridentes que acompañaban el cadencioso paso del Maestro en Getsemaní o el de aquel joven apóstol camino del Calvario. Cuántas veces en nuestra vida, sonidos o melodías se quedan grabados en nuestra memoria formando parte de importantes acontecimientos, ya sean alegres o tristes, pues la música tiene ese poder ambiguo, exaltar hasta lo sublime el alma o sumirnos en la más profunda melancolía. Y al igual que al vestir por primera vez la túnica, aquel niño no lo sabía, pero estaba siendo parte de la historia de amor más grande jamás contada, representada y vivida en las calles de su ciudad.
Y tú nazareno, cofrade, ¿sabes lo que significa realmente vestir la túnica de penitente? ¿De verdad acompañas a Jesús camino del Calvario, sabiendo que, aun en la lejanía tú eres su apoyo y su cirineo?, o ¿simplemente decides ocultarte bajo el antifaz y cumplir sin más una tradición? No seas incrédulo sino creyente y carga junto a Jesús las cruces que tengas en tu vida, porque su yugo es suave y su carga ligera. Sabes que no estás solo hermano nazareno, pues Él siempre camina contigo. Aprovecha ese peregrinaje, esa estación de penitencia para reflexionar y conocer de verdad que aquel al que acompañas a morir en la cruz se entrega por ti, por toda la humanidad para reconciliarnos con ese Padre que es Misericordia.
Obviamente, todas estas preguntas y respuestas no se las hacía este niño protagonista de esta historia, pues, aunque era muy curioso y en ocasiones maduro para su edad, no alcanzaba todavía a ver la trascendencia de aquello que realizaba vistiendo aquel hábito e interpretando aquellos ritmos con las baquetas de su tambor.
Pero sin duda, uno de los momentos clave en la vida de cualquier joven cristiano y cofrade es poder ser por primera vez los pies de aquellas imágenes a las que se tiene tanta devoción. Meter por primera vez el hombro bajo el banzo, oír los primeros toques de campana y sentir ese peso y esa responsabilidad del buen hacer, constituyen una sensación difícil de explicar con palabras. Ese niño que no sabía nada de semana santa y que al final acabó convirtiéndose en todo para él pudo experimentarlo por primera vez en aquella semana santa de 2010.
Sí, aquella promesa que años atrás le había hecho a esa señora de rojo y verde y de plateado trono iba hacerse realidad. Solo en su interior ese adolescente sabe cuánto le costó aquella primera procesión de Viernes Santo portándola a Ella y al Discípulo Amado, pero no importaba, pues lleno de ilusión sabía que estaba haciendo algo grande y protegido bajo ese verde antifaz, su rostro expresaba la felicidad plena, porque se había convertido en los pies y el consuelo de aquella que nunca se cansa de esperar, de María, siendo también su paño de lágrimas en las horas más duras de la muerte de su hijo. Ese adolescente era consciente de su ilusión y sus ganas, pero no de que, con su esfuerzo y penitencia, estaba contribuyendo a algo más grande, estaba evangelizando por las calles de la ciudad que lo había visto crecer.
Qué importante es la evangelización y más aún en estos tiempos que parece que la gente ha olvidado a Dios. El Papa Francisco nos pide que seamos Iglesia en salida y que la juventud sea la vanguardia que lleve la Palabra de Dios a todos los rincones. Pero no nos equivoquemos hermanos, Dios nunca se aleja de nosotros, somos nosotros los que por diversas circunstancias a veces nos distanciamos de Él, bien sea por rebeldía, egoísmo, desgana, en fin, el pecado en sus múltiples facetas que nos hace pensar que una vez alejados, Dios no va a querer saber nada de nosotros cuando es al contrario, aquel Cristo de mirada de ternura, ya sea el Coronado de Espinas, el Nazareno, el de la Exaltación o el de la Agonía, nos espera con los brazos abiertos como al hijo pródigo en la parábola, pues Dios es Amor y Misericordia y nos perdona las veces que haga falta cuando nos reconocemos pecadores. Por eso hermano nazareno, ¿qué temes? Tantos años siendo los pies de Él o de Ella, habiendo resistido a una pandemia y siendo partícipe de esta historia de amor y parece que ahora estás más sombrío y mustio que nunca.
¡Vamos!, anímate y sigue siendo sus pies y dando esos pasos, pues el Señor sabe la bondad de tu corazón difundiendo su Buena Noticia. Sabe que cada vez que cruzas ese Arco de la Malena te conviertes en misionero, en Apóstol que bajo la bandera de la verdad llevas a la Palabra hecha carne a todos aquellos que no la conocen o que están quizás alejados de ella.
Esa palabra que dice: ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz, que anuncia la buena noticia, que pregona la justicia, que dice a Sión: «¡Tu Dios reina!
Es este texto de Isaías el que se repite como un mantra cada Sábado Santo, en la Pasión Viviente, cuando nuestra ciudad se convierte por unas horas en la Jerusalén del siglo I. Se trata de acercar más si cabe, esta historia de amor a aquel que no la conoce o si la conoce, que vuelva a reencontrarse con ella, pues ahí está la clave, el reencuentro que cada uno en nuestra vida debemos tener con el Señor no uno, ni dos, sino todos los días. Esta representación tan cargada de sentimiento y profundidad espiritual para Tarancón se convirtió también en algo trascendente para aquel adolescente que ya se había convertido en joven. Poder poner su voz y ser partícipe de aquella historia, no solo ya como parte del elenco en general, sino como Apóstol, estando aún más cerca del maestro, supuso para él la culminación en el conocimiento de la semana santa que había vivido desde pequeño.
¡Qué importante es saber transmitir!, pues muchas veces no vale solo con hablar o contar, sino que la palabra debe estar acompañada de algo más, algo que haga que a la persona que escucha se le remuevan las entrañas. Y eso es precisamente lo que experimentó aquel joven convertido en apóstol con aquella primera Pasión; darse cuenta de verdad de que la actualización del mensaje de amor y presencia de Cristo en la Eucaristía de la Última Cena del Jueves Santo, se remarcaba en aquella representación; sentir como se le aceleraba el corazón ante la llegada de los soldados y el prendimiento del Maestro tras la traición de Judas; estremecerse con los latigazos en el pretorio o ser cirineo entre la multitud que acompaña a aquel Nazareno camino del Calvario. Contemplar, con aquellos ojos llenos de inocencia, las últimas palabras del Mesías en la Cruz, observar su entrega en manos del Padre como si fuera Viernes Santo de nuevo y celebrar jubiloso que la historia no acaba en el sepulcro, sino en la vida triunfante de la gloria que nos trae Cristo Resucitado.
Y es precisamente a esa Gloria, donde todo cristiano debe aspirar, a la gloria de la Resurrección y la Vida Eterna, aquella que Cristo inaugura la noche de la Vigilia Pascual cuando baja a los infiernos para derrotar al pecado y rescatar a esa Humanidad perdida y errante en busca de Dios. Es esa noche, cuando la oscuridad da paso a la luz, la luz que es Jesús en el Cirio Pascual, el mismo que se manifestaba radiante en la Epifanía y en el Monte Tabor y ahora resplandece como ese sol de primavera y justicia para abrirnos las puertas del Paraíso y decirnos: Bienvenido Hijo mío, que alegría poder volver a reencontrarnos.
Es esa explosión de júbilo y alegría la que el Domingo de Resurrección impregna los rincones del más rancio abolengo taranconero. Los parajes del Caño, del Castillejo, la Constitución, Zapatería o los Leones dan la bienvenida a aquel que es VIDA y trae la vida. Aquel que apunta con su brazo a lo alto indicando algo extraordinario y va acompañado de aquella mujer de melena rizada que nos muestra la mejor expresión de la misericordia de Dios con nosotros. Esa talla de Marco Pérez, María Magdalena, de meditada mirada la que, vestida de blanco brocado, nos ofrece el ungüento de sanación y el lienzo inmaculado como recordatorio de nuestro bautismo, de que debemos estar limpios y preparados para recibir al Señor en la Eucaristía.
Cada Domingo de Pascua el ritual se repite, cuando la enlutada Madre cambia el llanto por el júbilo al encontrarse con su Hijo resucitado. Aquella virgen de dulces ojos y lágrima viva, aquella que al Alba emprende el camino, nos ofrece un ramo de flores, símbolo del renacer de la primavera y de la vida, mientras con su mano derecha apunta directamente a su corazón, corazón que ha dejado de estar traspasado por el dolor para convertirse en un corazón lleno de amor y bondad, inmenso como Dios, para acoger a todos aquellos que buscan amparo y consuelo en ese camino de encuentro con el Resucitado.
Si Juan marcó el Camino al Calvario el Jueves Santo, en este santo día señala de forma diligente al sepulcro vacío. ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? Es esa la clave hermano cofrade, el misterio de la historia de amor más grande jamás contada. Ese es el mensaje, que Cristo nos ha devuelto la vida que habíamos perdido con el pecado para reencontrarnos con Dios.
Por lo tanto, ¿vives de verdad hermano cofrade, cristiano, joven, el encuentro con el Resucitado? ¿Te dejas tocar por el amor infinito de Dios o eres como Tomás que necesita ver y palpar al Redentor para comprobar que efectivamente ha resucitado? Se como la virtud de la fe, ciego en la confianza hacia Señor, pues por muy oscuro y angosto que sea el camino, nunca permitirá que caigamos. Ten, por tanto, ese encuentro todos los días de tu vida y tomando la fuerza que nos da esta bendita semana, toma impulso para ser apóstol de la Buena Noticia.
Y de esta manera, se cierra por el momento la historia de este niño que no conocía nada de este mundo y se convirtió en todo para él y que como habréis podido comprobar no es otro que el que está subido en este ambón dirigiéndose a vosotros.
Espero haber sido capaz de transmitir la emoción que yo siento cada vez que se acerca este bendito momento del año y demostraros y afirmar después de lo visto y vivido durante este pregón, que la grandeza de la Semana Santa radica en su variedad y tradiciones, pues teniendo una misma base que es la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, cada ciudad y cada pueblo la ha hecho suya, mostrando una riqueza devocional, artística y de fe pocas veces vista en la historia. Como habréis podido comprobar, mi forma de vivir la fe en casa y celebrar la semana santa constituye un crisol de diferentes tradiciones gracias a las semanas santas que he tenido la oportunidad de conocer y vivir: Tarancón como cuna y base de mi fe y mi devoción, Cuenca como muestra de la solemnidad y rigor de sus procesiones y Málaga como ejemplo de monumentalidad y grandeza en sus cortejos y tronos. Las tres constituyen mi triángulo perfecto como muestra sublime de vivir estos magnos días.
Gracias a todos los presentes por haber compartido conmigo este momento que da el pistoletazo de salida a la semana más importante del año.
Vivamos y celebremos juntos la Muerte y la Resurrección de Cristo y reafirmemos el valor de nuestra Semana Santa y la dignidad de ser conocida y promocionada.
Por eso queridos jóvenes, nazarenos, cofrades:
¡Semana Santa!
¡Semana de Pasión!
¡Y Semana Santa, en Tarancón!
¡Muchísimas gracias!
Dedicado a mis Ángeles de la Guarda: Segundo, Mercedes, Julia, Román y Carmen
En Tarancón, a 9 de abril de 2022